Resumen: Llegando a pensar que por un cambio en mi régimen neurofarmacológico mi nueva normalidad era ser plano emocionalmente, doy consejos sobre este tema derivados de mi experiencia personal y narro como el leer un pasaje de un libro autoayuda me estimuló mucho lo cual me puso en una corta hipomanía que me puso a reflexionar bastante. Al final saco conclusiones útiles sobre la humildad, muerte y superación de los miedos.
Para
empezar a dar consejos reflexivos debo empezar con noticias. Como “vieja-nueva”,
mis horas de despertarme siguen variando entre las 04:00 y las 10:00, con
tendencia estabilizarme en la parte temprana de ese rango de tiempo, con la
feliz consecuencia de estar bien de ánimo la mayor parte del tiempo. Sin
embargo, la semana pasada tuve despertares tardíos unos tres días con un
consecuente bajoncito no-incapacitante de dos días. Este lunes tuve
audio-consulta con psiquiatría y por primera vez en mucho tiempo fui franco, no
tuve la actitud de que ya tenía todo arreglado gracias a mi sabiondez, fui
humilde y reconocí que estaba, al menos muy incómodo, con esa variación tan
amplia de longitud de mi sueño, que tienen consecuencias, así sean pequeñas, en
mi ánimo. Le comuniqué a la facultativa que ya hace días había dejado de variar
la Levomepromazina (sinogán) de acuerdo a cuanto hubiese dormido la noche
anterior del día en cuestión. Me voy a detener un poco en lo farmacológico pues
hay bipolares que me leen. La Levomepromazina es un hipnótico (somnífero)
fuerte al contrarrestar la acción de los neurotransmisores excitatorios histamina
y acetilcolina. Y es antipsicótico débil
por su acción anti-dopamina. Pero lo que no sabía es que además se mete con la
serotonina y adrenalina. La conclusión de todo esto es que no es buen
fármaco cuya dosis mover de acuerdo a como se esté uno coyunturalmente
sintiendo. Lo otro que aprendí es que definitivamente la Lamotrigina tampoco se
puede mover, por lo menos en mi caso, pues soy muy sensible a su efecto
intensificador de la fase REM (MOR: Movimientos Oculares Rápidos) del sueño,
que es cuando uno sueña, valga la redundancia, por lo cual cuando la subo y/o
la tomo por la noche tengo muchos despertares con sueños vívidos y madrugo
todavía más, resultando todo esto en malas noches. El otro fármaco que tomo es
el Clonazepam que por su naturaleza adictiva su dosis tampoco se puede estar
cambiando. Solo quedó para mover la Oxcarbazepina que solo la tomaba como medicamento
de emergencia para cuando no podía dormir por miedo a que me deprimiera pues
tiene en común con la Lamotrigina el ser estabilizadores anímicos
anticonvulsivantes, pero al contrario de esta última, la Oxcarbazepina actúa
hacia la baja. Pues me puse a investigar y resulta este último agente podría
tener una leve acción antidepresiva [1].
Teniendo esto último, que la Levomepromazina afecta tantos neurotransmisores y
que unas pocas gotas de este último fármaco pueden causar efectos tan grandes
en la longitud del sueño, se decidió que yo tomase Oxcarbazepina todos los días
para compensar las variaciones propias de mi condición bipolar, con la sorpresa
de que este último agente también viene en solución lo cual permite una “sintonización”
más fina comparada con su presentación en tabletas. Entonces aunque apenas
llevo una semana en ese régimen y todavía está en proceso experimental, yo le
aconsejaría a otros bipolares que no variaran fármacos como la Levomepromazina
pues, repito, “se mete” con muchos neurotransmisores y además se debe mantener
en su mínima expresión posible pues es un antimaníaco fuerte y lo puede hacer a
uno proclive a sufrir depresiones como me pasaba a mi hace años cuando
alrededor de 2017 llegué a tomar 200 mg/día de este fármaco, comparado con los 75
mg diarios que tomo actualmente. Una psiquiatra que me vio hace unos dos años
si me había dicho que la Oxcarbazepina, tomada con mesura también, no tenía por
qué deprimirme. Me deprimía porque yo manejaba exceso de Levomepromazina.
Entonces tomada en cantidades decentes, la Oxcarbazepina puede ser usada como moduladora
variante pues, de acuerdo a la última psiquiatra que me vio este lunes, es
imposible, al menos en trastorno bipolar, tener una farmacoterapia fija para
todos los días, utopía a la cual yo pretendía llegar hasta hace poco. Se
necesita al menos poder mover un fármaco con alguna frecuencia.
El tal es al haber instaurado el plan
anterior, llevaba varios días plano y llegué a pensar que se me había quitado
mi toque de locura para escribir placenteramente pues no sentía apego a mi blog
y temí que así fuera mi nueva normalidad. Al final de la mañana de ayer traté
de estimularme viendo por encima todos los libros que he bajado, cosa que
recuerdo me funcionó muy bien para animarme en una ocasión hace dos años, cuando me empecé a preguntar si lo que yo llamo
biologización de las humanidades era mi meta-línea de investigación definitiva [2] pues el ver tantos
libros interesantes por leer en cuanto a los cuales no lograré asimilar ni el
1% en lo que me queda de existencia, me dejan estupefactos, y eso debería
animarlo a uno pues casi que cualquier cosa que cause gran admiración es fuente
de espiritualidad [3, 4] así uno no sea yo creyente.
Esta vez, ese repaso de libros me animo un poco, pero seguía plano. Entonces ya
por la tarde, con cierta resignación, en medio de mi relax me dije – “démosle
una mirada a algo light como lo puede ser un libro de autoayuda”. Pero al menos
este ya me lo habían recomendado varias veces. Se trata del libro “Cómo hacer
que te pasen cosas buenas” [5] que no es tan light
pues fue escrito por una conocida psiquiatra española llamada Marián Rojas
Estapé. Me encarreté con la lectura de este libro y al final de la tarde leí
que, después de elogiar la resiliencia (capacidad de recuperar con relativa
rapidez la forma y compostura después de un golpe), la autora escribe:
“Tras un golpe, hay que retomar las
riendas de la propia vida para alcanzar el proyecto de vida que uno tenga
trazado. Ser señores de nuestra historia personal. Lo sencillo es actuar en las
distancias cortas, vivir limitándonos a reaccionar a los anárquicos impulsos
externos que nos afecten, dejándonos llevar; lo deseable, aunque complejo, es
diseñar la vida con objetivos a largo plazo, de modo que, aunque algo nos
desvíe, podamos redirigirnos hacia nuestra meta. Quien no tiene ese proyecto,
quien no conoce en qué se quiere convertir, y que no encuentre sentido a su
vida, no puede ser feliz”.
Unas páginas antes había yo leído que la
felicidad está en ser y no en tener. Me tengo que terminar de leer el citado
libro, pero el párrafo anterior sí que me estimulo. Me dio mucho para pensar.
Primero me cayó como anillo al dedo pues, aunque la autora insiste en vivir el
presente, y yo puedo estar interpretando mal el transcrito pasaje pues soy muy
futurista, eso de tener un proyecto de vida para el largo plazo me encantó. Me
empecé a preguntar que quiero ser en el futuro. ¿Quiero seguir siendo el
jubilado prematuro que simplemente juega a bloguear?, o será que todavía (tengo
48) tengo bríos como para regresar al servicio activo, no tanto como para
emplearme, sino como para volver a escribir artículos serios (indexados) y de
pronto dar conferencias. Recordé que hace más de dos años, repito, y con una
sola interrupción importante a mediados del 2022 [6] empecé a plantearme la
posibilidad de tomar como meta-línea de investigación definitiva la
“Biologización de las Humanidades”, empeño
que he tratado de conciliar con mi otro área de interés como lo es todo lo que
tiene que ver con trastorno bipolar comenzando a leer sobre terapias
evolucionistas [7-10]. A
luz de todos estos vaivenes ocupacionales que he dejado registrados aquí en mi
blog, me empecé a preguntar repetidamente, ¿qué quiero ser yo? ¿no será
prematuro e incluso patológico el considerarme un jubilado ya?
Eso fue como a las 17:00. Hablé por
teléfono un rato largo con una amiga, cené, me tomé mis medicamentos para
dormir y a las 19:30, como siempre ya estaba debajo de las cobijas, todo dentro
de mi higiene del sueño, cosa muy recomendable para todo el mundo, pero en
especial para bipolares a quienes se nos daña tan fácilmente el ritmo
circadiano (ciclos sueño-vigilia). El tal es que la altura a esa hora ya estaba
más emocionado y había decidido el volverme el experto local en cuanto a la
biologización de las humanidades, retomando la idea de escribir un libro sobre
el tema. Al menos esta vez estoy pensando en que debo leer por lo menos unos
cinco años para llegar a escribir un libro de forma espontánea como lo hice en mi
post
sobre como las ciencias duras tienen relegadas a las humanidades [11] para lo cual me
inspiré en uno de los capítulos de la Consiliencia: La unidad del Conocimiento
de EO Wilson [12, 13]. Yo ya
me había propuesto escribir un libro sobre dicho tema por lo menos una vez a
mediados del año pasado [14]. Anoche, aún
consciente de que es un esfuerzo que puede tomarme fácilmente cinco o 10 años y
como soy experto en ensillar sin traer las bestias, empecé a mirar editoriales
académicas, llegando a la conclusión que la mejor opción para intentarlo, es McGraw
Hill a través de editorial Aula Magna pues si voy a escribir cosas un poco
complejas no puedo acudir a una editorial de autopublicación donde lo que más
se publica son novelas. Ya con lo que acabo de decir se puede notar que se me
estaba subiendo la nota. En todo caso cuando apagué del todo a las 22:00 ya
estaba volando pensando que un libro a muchos años en el futuro me iba a abrir
muchísimas puertas y que resultaría dando conferencias a diestra y siniestra. A
las 22:45 me tuve que levantar a tomar 150 mg de Oxcarbazepina de emergencia y
como le he cogido fe a ese fármaco, el efecto placebo funcionó con una dosis
tan baja y en menos de 15 minutos, a las 23:00, ya estaba dormido.
Pero volviendo al libro de autoayuda
citado en el penúltimo párrafo, sobre todo cuando dice que la felicidad está en
ser y no en tener, se nota que la hipomanía me estaba haciendo interpretar mal
el transcrito pasaje pues estaba pensando en triunfos y demás cosas que
supuestamente me traería la escritura de un libro, que en realidad son adornos
del ego y no tienen que ver con tener un proyecto de vida que es lo que la
psiquiatra Rojas-Estapé nos quiere transmitir en su libro [5]. Debe ser un proyecto,
como el de tornarme en el conocedor local estos evolucionistas que miran las
humanidades desde la biología, pero pensando más superarme como persona,
aumentando la eficiencia de mi vida en general y bajarle velocidad a este
proceso de atrofiamiento que estoy sufriendo. O complementariamente, teniendo
en cuenta las terapias evolucionistas sobre las que pretendo leer, ayudar a
bipolares primerizos. Y no pensar en premios egocéntricos, lo cual se puede ver
hasta en este escrito cuando me cito mis propios posts en repetidas ocasiones
con el fin de artificialmente aumentar mi puntaje en Research Gate y Google
Académico. Lo de autocitarme es un juego. Pero en el fondo lo que hay que
corregir es ese yoísmo materialista que me lleva a interpretar un pasaje de un
libro de autoayuda como algo para llenarme de triunfos y reconocimientos que no
me merezco. La idea es mejorar todavía más mi perfil de paciente bipolar con
una mejor salud ocupacional y concentrarme en el camino espiritualidad que se
puede trasegar por medio de la ciencia, es decir ciencualidad [3, 4]. Incluso a esto último
se le puede agregar el hecho el budismo, según Einstein, es la única religión
compatible con la ciencia. Esto debe tener que ver con el hecho de que no
requiere la adoración en entidades sobrenaturales pues es una religión
no-teísta. Uno se puede acercar al budismo no para volverse budista sino para
ser mejor persona. Esto, junto, con las terapias evolucionistas podría ayudar a
configurar un libro tipo neo-consiliencia extendida donde de pronto por fin
podamos conciliar ciencia con religión, sobre lo cual, en cuanto a budismo, ya
hay literatura [15].
Entonces aquí se sacan algunas
conclusiones que tienen que ver con humildad. Me sentí súper bien subordinándome
al médico que me atendió en mi última audio-consulta psiquiátrica, aunque ella
me dejo expresar mis opiniones. Lo que quiero decir es que no llegué con el
esquema ya armado con la intención de que el facultativo me recetara lo que yo
quisiera, dentro de la sabiondez que me caracteriza, dándome cuenta que estaba
interpretando mal la interacción Levomepromazina-Oxcarbazepina. Humildad para
aceptar que, escogiendo bien la fuente, debo leer libros de autoayuda pues ya
es hora de tomar psicoterapia en serio ahora que lo neurofarmacológico ya está
llegando a un punto que no se puede mejorar más. Humildad para interpretar las
enseñanzas de esto libros sin ser invitaciones para justificar mis rezagos de
ansiar más bienes materiales para un futuro lejano dentro de ese miedo en
extinción a quedarme pobre después de la partida de mi mamá. Ese “complejo
gerontofinanciero” lo estoy terminando de evacuar haciendo lo que hizo Alfred
Nash. Eso es mirándolo como una alucinación que no es real, pues como se dice
en Star Wars el miedo lleva a lado oscuro, y como lo canta le salsero Rubén
Blades “no le tengas miedo al miedo que asustado el vivir no vale nada”. En
pocas palabras más humildad y menos miedo para no caer en falacias, malas
interpretaciones ni en planes bizarros.
Eso me lleva al tema que como parte de la
conclusión se puede ampliar que es el miedo. Todos los miedos provienen del
miedo a la muerte. Creo que a mi muerte le perdí casi todo el miedo desde que
en 2002 me dio peritonitis y estuve a punto de perecer, varias veces, durante una
muy sufrida estancia de más de dos meses en la clínica Imbanaco de
Cali-Colombia. Pero el avance último, como lo deje entrever en el párrafo
anterior, es que ya no le tengo tanto miedo a la partida de mi mamá, si es que
no parto yo antes que ella. Me va a dar durísimo eso que yo llamo la próxima
singularidad. Pero haciendo cuentas y ya viendo mi miedo a empobrecerme como
una alucinación, me siento más tranquilo pues siento que, al menos
materialmente, voy a estar aceptablemente bien. Otra vez me ataca mi
materialismo. Pero el consejo es que uno debe hacer las paces con el hecho de
que todos los días uno envejece y la muerte, obviamente, es inevitable. Todos
somos pacientes terminales. Cuando uno conquista el miedo a la muerte, y salvo
que sea por causas meramente neuroquímicas, todos los demás miedos van
despareciendo. Menciono miedos por causas neuroquímicas porque hay personas con
cuadros patológicos de angustia y ansiedad por algún desarreglo neurobiológico
que obviamente necesitan ayuda farmacológica proporcionada por un psiquiatra.
Pero el perder la parte psicológica de los temores, que, repito, en su mayor
parte emanan del miedo a la muerte, ayuda mucho. Por ejemplo, yo antes le tenía
miedo a dormir mucho y bajarme de ánimo, o al contrario no dormir y que por eso
se me subiera el ánimo. Pero después de que definí mi situación existencial con
respecto a la futura partida de mi mamá, cosa que, de pasar después de mi
muerte, pasará dentro de varias décadas, me siento mucho más tranquilo.
Entonces el resolver la parte psicológica del miedo, lo permite a uno estar más
presente en el presente, valga la redundancia, y disfrutarlo más. Y cuando el
presente no es agradable, como cuando se está pasando por una depresión, hay
que saber que es un estadío pasajero, y que conforme uno vaya madurando su
bipolaridad, con fármaco y psicoterapia, cada vez las depresiones serán menos
intensas.
Entonces relacionando todo lo anterior, la
invitación es a soñar sin miedo, pero con humildad y siempre con los pies en la
tierra y en el presente.
Espero te haya gustado este post. Si es
así, invítame a un cafecito.
Referencias Bibliográficas
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