marzo 16, 2017
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Escribiendo sin haber dormido: Mi neurofarmacología de Bipolar y sus Anécdotas

Como me ha pasado repetidamente durante este año, anoche no pude dormir, pero envés de quedarme en la cama haciendo pereza todo el día, decidí ponerme a trabajar como le tocaría a cualquier mortal, haciendo el ejercicio de escribir este artículo narrando los fármacos que he tomado durante mi vida para mi bipolaridad y sus anécdotas anexas. Aunque costó trabajo, me toca acostumbrarme a trabajar mal dormido pues ya es claro que el sueño va a ser la única faceta de mi bipolaridad que no voy a poder pulir del todo o peor aún, me va a tocar aprender a funcionar mal dormido muy a menudo.

Anoche, como muchas de estas noches, no pude dormir. Pero decidí seguir con mi vida común y corriente, duerma o no duerma, como le toca hacer a los demás mortales. Yo puedo, y lo he hecho, echarme semanas enteras a vegetar esperando a que el sueño se me organice. Pero ya me cansé de tener mi vida en standby. Voy a sentarme en mi oficina casera a trabajar en los chicharroncitos que no faltan y en mis escritos. Es posible que este escrito quedé peor que anteriores artículos míos, pues, repito, anoche no pude dormir.

Yo he tocado someramente mi bipolaridad pero esta vez sí voy a hacer una radiografía completa de mi situación actual farmacoterapia incluida. Desde 2010, antes de venirme desde Cali a vivir a Ibagué, ambas ciudades colombianas, mi neurólogo me dijo, con justa razón y conocimiento de causa pues me ve desde adolescente (ahora tengo 42 años):

– Usted lleva más 25 años lidiando con su trastorno bipolar, se ha vista todos los cursos de neuro de la Universidad del Valle como parte de su master en ciencias básicas médicas, ya le toca automedicarse pues nadie puede hacer algo más por usted.

Estaba yo en tremenda crisis de insomnio por el duelo por la muerte de mi papá en 2007. Nos vinimos para Ibagué con mi mamá y para dormir estaba tomando grandes cantidades de anticonvulsivantes: oxcarbazaepina y pregabalina. Yo pagué la inocentada pues como se dice que son fármacos eutimizantes, uno cree que lo llevan a la “ánimo verdadero” es decir al ánimo medio. Pues resulta que no y ahí viene mi primer consejo. Una persona deprimida, como lo estaba yo en ese momento, no debe tomar anticonvulsivantes pues todos, excepto la lamotrigina, lo deprimen más a uno. La lamotrogina, que es el único anticonvulsivante antidepresivo pero nunca la probé pues no produce sueño y ese es mi talón de Aquiles. Aquí el lector se preguntará ¿por qué un bipolar toma anticonvulsivantes?, ¿acaso nosotros convulsionamos? Pues no, lo que pasa es que cuando existe una exaltación de ánimo anormal, que quitan el sueño como lo son las hipomanías o manías, hay una excitación neuronal anormal como en la epilepsia, pero de forma ordenada, por lo cual no hay convulsiones. Imagínese el lector una tribuna de un estadio y que cada persona es una neurona. Cada vez que una persona se levanta de su asiento es una neurona anormalmente excitada. En una convulsión los miembros del público se levantan al azar creando “cortos circuitos” y la persona entonces convulsiona. En el caso de hipomanías (subidas de ánimo subclínicas de los bipolares) o manías (subidas de ánimo clínicas de los maniaco-depresivos) los espectadores se levantan de sus sillas se forma coordinada formando la ola pero sin crear convulsiones.

El primer anticonvulsivante que tome cuando era adolescente es la oxcarbazepina (marca trilleptal en aquella época). Funciona muy bien para bajar las hipomanías que traen un muy incómodo insomnio pero baja el ánimo y se debe usar con mucho cuidado. Mi primera crisis depresiva fue durante mis 14 años. Duró unos 6 meses. Poco a poco me mejore y en unos meses ya estaba en el otro polo, en manía full. En el día más necio de mi vida peleé con 10 compañeros del colegio, le alce la falta a otras tantas niñas e hice mil cosas más que supusieron mi expulsión inmediata del colegio Colombo Gales de Bogotá. Estaba yo tan subido de ánimo que no quería ningún fármaco que fuera a quitar tal felicidad. El problema es que en ese estado uno no se puede concentrar en nada y una manía viene acompañada de agresividad. En la actualidad solo me dan hipomanías que se manifiestan en insomnio. Pero a mis 14 años mis padres se la tenían que creanear para darme mis fármacos pues un adolescente no va a tomar medicamentos que le bajen la felicidad. Yo no tomaba nada preparado y a mi mamá se le ocurrió inyectar yogures con levomepromazina (sinogán) y era lo único que yo tomaba pues supuestamente ahí no había forma de que me introdujeran fármacos. Me dormían dos tres días, al cabo de los cuales me despertaba, me ayudaban a ir al baño y yo decía cosas como:

– ¿Ya dormí suficiente no cierto?

Y mis padres asentían pero en la comida y la bebida, en secreto iba más levomepromazina y lograban dormirme otro día o dos. Al cabo de dos o tres ciclos de estos yo ya estaba hecho una sedita. Así me solucionaban las manías en los 1980s. En ese orden de ideas yo nunca he estado enfermo de bipolaridad pues yo entiendo que uno se pone clínico cuando lo tienen que llevar a la clínica, y a mí nunca me han tenido que institucionalizar por mi condición bipolar, por lo cual la misma no ha pasado de eso, de ser una condición.

Gracias a este tratamiento dado por mis padres, las curvas cada vez fueron más pequeñas. Pero yo no me di cuenta de lo mucho que hicieron mis padres por mí hasta que no me tocó suicidar a un maniacodepresivo. Veníamos del sur de Cali por la quinta, a la altura del batallón. Era una noche de 1998. No teníamos una gota licor encima e íbamos despacio a unos 50 km/hora en una vía rápida. De repente yo vi un bulto en la calle. Yo frené ahí mismo y pensé que de pronto malandrines habían puesto una bolsa de piedras para jodernos el carro y robarnos. Pues en el último momento el bulto me volteó a mirar. La persona quedó debajo de mi carro. Fui a la garita del soldado más cercano del batallón y me dijo que no vio nada. Llegaron unos policías y les pedí ayuda para socorrer al herido pero me dijeron que su walkie-talkie se había quedado sin batería. Un taxista tuvo que llamar a emergencias para que se llevaran al herido al hospital Universitario del Valle. Lo envié en la ambulancia con mi amigo, Guillermo Reina, entonces también graduando de Univalle y con acceso total a dicho hospital. Con todo y eso pusieron que el herido había sido atropellado por un carro fantasma pues es lo que siempre ponen. El alumbrado público estaba dañado por la tenue lluvia de la noche. Los guardas de tránsito se demoraron en llegar como tres horas al sitio del accidente y sino es porque mi novia de aquel entonces se agarra del timón de mi carro (yo estaba afuera del carro) y sin querer lo viró hacia la derecha, hubiese quedado como mortadela de sándwich en medio del carro de los guardas y un carro que venía atrás y chocó a gran velocidad al mío que estaba parqueado esperando que los guardas hicieran su trabajo. Si esta serie de errores de estado hubiese pasado en Estados Unidos yo ahora estaría tapado en dinero. Al otro día la persona que atropellé amaneció muerta y por la noche tuvimos un matrimonio y aunque sentí algo de pena por haber matado a una persona la noche anterior, pronto me integré en la celebración pues entendí que no fue culpa mía. Días después me enteré que fue un homicidio culposo más no doloso. Es decir no lo hice de aposta, que es lo que en últimas se juzga. Pronto se resolvió mi situación gracias a la información privilegiada a la cual tuve acceso por ser el secretario de investigaciones de la facultad de salud, lo cual me permitió ver que el individuo en cuestión era un maniaco-depresivo que se estaba suicidando. La abogada que me asignó la compañía de seguros supo poner a buen uso dicha información. Y fue la primera vez que valoré labor hecha por mis padres durante años, aún en contra de mi voluntad, pues yo hubiera podido haber terminado como ese individuo que por azar me tocó “suicidar” o peor aún perdido en las drogas.

Y aquí está el otro punto clave. Diferenciar entre drogas y fármacos. Epicuro decía:

– Sométete a un sufrimiento siempre y cuando el mismo te dé un placer mayor en el futuro y disfruta de un placer siempre y cuando no te produzca un sufrimiento mayor en el futuro.

Pues ahí veo yo la principal diferencia entre drogas y fármacos. Las drogas, incluidas alcohol y nicotina, producen placer en el momento de ser consumidas pero producen daño a mediano y largo plazo. Los fármacos rara vez producen placer en el momento de ser administrados pero correctamente recetados producen mayores beneficios para la salud del paciente en el mediano y largo plazo. Puede parecer un eufemismo, pero pienso que él no tener esto claro es culpable en gran parte de la gente en situación de calle que hay en el mundo. En nuestro medio lleno de prejuicios y miedos al que dirán la situación es peor. Se sabe de casos en los cuales cuando un joven es diagnosticado con una condición mental, y sus padres se niegan a tratarlo por miedo al qué dirán y al pensar que los fármacos para el cerebro son igual de malas a las drogas callejeras. Al no ser tratados farmacológicamente estos jóvenes, buscan salidas a sus desesperadas situaciones, precisamente en las drogas, cosa que a nuestras alturas ya no debería estar sucediendo, pues con tecnología farmacéutica que tenemos actualmente es posible mantener una condición mental de estas en un estado subclínico y con suficiente trabajo puede llegar a ser virtualmente asintomática. Yo estoy medicado desde los 14 años y ahora, repito, tengo 42 años, y lo único que me falta pulir es mi sueño.

Como ya lo narré, mi peor crisis de insomnio entre 2009 y 2011 sucedió como consecuencia de la muerte de mi papá en 2007. Ahora llevo todo este año 2017 con insomnio. Justo el año que cumplo dos sin fumar, y quizás más importante aún, se cumplen 10 años de la muerte de mi papá. He tenido algunas noches de buen sueño pero he tenido muchas en blanco. En enero, hubo una noche que no pude dormir y al siguiente día me puse a oír música y de pronto estaba cantando salsa con lágrimas en los ojos de la alegría. De una vez comprendí que estaba en hipomanía. Inmediatamente subí la levomepromazina (más conocido como sinogán) y empecé a tomar grandes cantidades de oxcarbazepina, no logrando dormir más de 5 o 6 horas mal dormidas. En Colombia contamos con Empresas Prestadoras de Salud (EPS) que le dan a uno los fármacos previa valoración médica. Pero la cosa era de tal emergencia que empecé a comprar los fármacos por mi propia cuenta. La oxcarbazepina me estaba saliendo muy cara entonces ensayé su predecesora la carbamazepina. Pues este fármaco tampoco ayudó. Solo me permitió dormir 5 horas de forma superficial y al otro día tenía una cita de negocios con un cliente por la tarde. Tuve que utilizar toda la mañana bañándome como agua fría en repetidas ocasiones para salir de la modorra. Pude cumplir la cita por la tarde pero de todos modos tuve que pedirle a mi cliente que me diera tiempo pues decidí, como independiente, incapacitarme hace como un mes, incapacidad que estoy dando por terminada con este escrito pues no puedo seguir esperando a que mi sueño se mejoré para retomar mi vida. Generalmente me tomo 50 mg de levomepromazina y llegué a elevarla a 300 día por día y nada que lograba recobrar mi sueño. Hasta que hace unos 10 días me acordé la pregabalina y con 600 mg en dos tomas, pude por fin dormir bien.

Pero la pregabalina es otro cuento. Es solo para choques de pocos días pues aunque es un fármaco que lo pone a uno a dormir muy bien y lo relaja a uno con respecto al presente, lo preocupa a uno por el futuro. El lector ya podrá ir intuyendo que yo soy un hijo de papi y mamí. Pues déjeme aclararle además que todavía soy el bebé-parásito de mi mamá. Tengo me mesada y un pequeño patrimonio. Y aun así, hasta antes de ayer estaba yo realmente preocupado de que iba a ser cuando mi mamá faltara. Eso es típico de la pregabalina tomada en exceso. En el insomnio mayor de mi vida, hacia el 2011, me empecé a preocupar de cómo sería mi muerte. Si sería una muerte fea y lenta y estas cosas. Menos mal me gusta estudiar y encontré en los NIHs (National Institutes of Health de EUA) esta característica típica de la pregablina. Estaba yo en estos días tan preocupado por mi futuro que consideré el hecho de declararme interdicto para que cuando mi mamá faltase yo heredase su pensión. Obviamente esto es una locura, pues no quiero volver a ser un menor de edad y no pasó de una idea de un día, pero muestra como un fármaco tomado en exceso puede distorsionar el pensamiento.

Venía muy bien, recuperado de sueño cuando hace dos días me dio mi primer ataque de gota. Dicho así suena como a enfermedad terminal de película o novela de época. Pero lo más seguro es que me esté dando lo que a mi papá le dio en el sentido de que tengo ácido úrico acumulado en la articulación metatarsal del dedo gordo del pie derecho. Afortunadamente, otra vez, es cuestión de seguir el tratamiento médico, como sucederá con todas los demás desarreglitos que vendrán con la edad. Entonces venía yo aterrizando lo más de bien de mi insomnio y táquete, dolor articular muy posiblemente por exceso de ácido úrico. Pues el dolor anoche no me dejó dormir.

Esta noche me toca zamparme otros 300 mg de pregabalina pues este fármaco lo inventaron para el dolor y resultó tener acción psiquiátrica en el sentido de que produce sueño y baja el exceso de ánimo.

Afortunadamente de todos los fármacos que he hablado hasta ahora, ninguno produce adicción neuroquímica. Pero otro fármaco que tomo si lo hace. Se trata del clonazepam. Lo he tratado de quitar varias veces y me ha ido mal. Lo más seguro es que me toque tomarlo de por vida y con esta dosis sí que no se puede jugar pues si se disminuye causa síndrome de abstinencia y si se empieza a subir el cuerpo cada vez puede ir pidiendo más.

Hay otro fármaco que tomo, para dormir también y es la difenhidramina. Este fármaco es espectacular. En el 2015, durante una situación muy estresante para la casa, empecé a brotarme en las piernas, como generalmente me pasa en estos casos. Un día, todo sabiondo le digo yo al médico de la EPS:

– Estoy tomando loratadina para el brote en mis pantorrillas y de una vez me sirve para dormir.

Héctor Vargas me dijo:

– Al ser de última generación, la loratadina no pasa la barrera hematoencefálica y por lo tanto no da sueño.

Entonces yo me dije: – hay que conseguir el antihistamínico más primitivo posible para que me ayude a dormir. Y así de con la difenhidramina.

Como ya lo narré en mi artículo “Bonanza de Ucranianas y Condicionamiento a Casarme”, entre septiembre y octubre de 2015 me dejé cautivar por las cantidades absurdamente grandes de mujeres eslavas ridículamente hermosas buscando maridos occidentales. A finales de octubre de dicho año entré en razón y me pregunté:

– Si yo me traigo una mujer de esas para acá, como la voy a mantener mientras aprende español para poder trabajar, y como si aquí en Ibagué-Colombia hubiese mucho trabajo.
Entonces dejé así pero hubo una en particular Natalia Litvinova que me siguió escribiendo y a durante la semana del 23 de diciembre me ha entrado que desespero por esa mujer. En medio del mismo, logrado solamente a punta de emails y fotos, le he enviado dinero. La semana después me dije:

– Que hice, acabo de botar U$500 a la basura!!!

Pero como soy muy juicioso con mis registros, me devolví a mirar que había pasado la semana del desespero y resulta que había suspendido la difenhidramina porque estaba durmiendo mucho. Me pregunté:

– ¿Y qué tiene que ver un antihistamínico como dicho fármaco con una traga maluca que resultó en un time?

Pues resulta que la difenhidramina la inventaron en lo 1940s y en los 1960s se dieron cuenta de que era un inhibidor no selectivo de la recaptura de serotonina, entonces recordé una charla de Helen Fisher (Antropóloga dedicada al estudio de la neurobiología del amor) en las cual aclara que los antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina elevan la serotonina y bajan la dopamina matando el amor romántico. Yo dije Bingo!!! es posible que haya encontrado un fármaco que le quite el componente patológico a los enamoramientos de nosotros los bipolares. Parece que ya apareció otro caso parecido con el mismo fármaco y con un Juan Carlos Ortiz, neurofarmacólogo de la Universidad del Tolima, si es que él encuentra el tiempo, vamos a hacer un artículo con estos dos casos. En todo caso fue instantáneo. Se me pasó la traba por esa pilla de una. Eso y mi reciente eliminación de mi matrimonitis me han permitido volver a tener amigas lindas sin “caerme” tragado. Ha sido algo muy refrescante para mí, así la misma Dra. Fisher critique el uso de antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina como agentes matadores del amor. Debería escribirle diciéndole que de pronto para nosotros los bipolares es algo muy saludable.

Un fármaco que recientemente dejé de utilizar es la amitriptilina pues tiene la especial propiedad de pasarlo a uno en cuestión de horas de la depresión a la hipomanía y posible que por este fármaco haya estado yo ciclando iatrogénicamente (por causas médicas) en los últimos años.

La mayoría de los fármacos que he nombrado se deben utilizar solo en casos de emergencia y siempre bajo la supervisión de un médico. Actualmente solo estoy tomando clonazepam, difenhidramina y levomepromazina. En los últimos días ha mejorado el sueño pero a veces pienso que las personas como yo venimos para un funcionar en un horario diferente. De pronto me va a tocar acostumbrarme al horario Centauriano de 37 horas por día al cual introdujo Zed a Jay en Hombres de Negro I.

Gracias por leerme.






























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Juan Fernando Duque-Osorio

Juan-Fernando es Máster en Ciencias, Biólogo Profesional y paciente bipolar. Su condición lo ha llevado a ser inquieto por lo cual bloguea y da conferencias sobre diferentes temas. Actualmente está interesado en la consiliencia biología-humanidades y la mezcla, por medio de la Psicología Evolucionista, con el tema del trastorno bipolar sobre el cual funciona como psicoeducador de otros pacientes.

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